Odio los viernes. Las calles se llenan de gente, y ahora, en pleno calor de verano, eso es lo último que uno necesita. El aire vibra de calor y humedad, y hasta los charcos de la tormenta de ayer están calientes. De todas maneras, el paraguas amarillo va a ir al trabajo conmigo. Me visto rápido, elijo unos jeans negros ajustados y una camisa verde a rayas; desde hace tiempo deje de preocuparme por combinar, botas rojas hoy les toca.
El mercado se vacía; todo el mundo cierra su negocio por hoy, pero yo no. Mi estudio de arte ubicado en la avenida principal de Manhattan está listo para recibir a su próximo asiduo.
Casi todos esperan anhelantes los viernes para salir, pero yo no. Preferiría estar en casa, cocinando y haciendo quehaceres para los míos.
“No pienses en eso”. Esto es lo que mi inquilino dice siempre. Tiene razón, ahora soy afortunada. Si bien no soy una artista reconocida siempre tenemos algo que hacer. Aunque haya o no haya gente, la puerta debe encontrarse cerrada con llave y esto retrasó el ingreso del Sr. Past. Un hombre de estatura mediana pero con contextura robusta, hombros anchos. Su cabello era oscuro, con algunas entradas y varias canas que resaltan aún así, atractivo. Afuera lo estaba acompañando un perro quizá callejero pues no llevaba correa, pero se quedó a su lado en todo tiempo excepto cuando este entró. Sus botas embarradas quizá por la tormenta de anoche, dejaron huellas en la alfombra que Finn recientemente había comprado en línea. No dije nada al respecto. Hubo un silencio que no fue incómodo pero tampoco placentero. Mis ojos se encontraban mirando aquel can que seguía afuera sentado esperando por su persona cuando de su bolsillo derecho del pantalón sacó un reloj antiguo mas no miró la hora de este y lo volvió a guardar solo que ahora, en su bolsillo izquierdo.
Quisiera que pintes este jeroglífico dijo el desconocido señalando un papel de servilleta que acababa de desdoblar, pero no noté de donde provino. Es sencillo y rojizo parecía antiguo y anticuado, pero por la forma en que agarraba al papel y lo ansioso que se encontraba parecía importante.
Observo con indiferencia un punto fijo y acepto el trabajo. No terminé de confirmar el pedido de aquel extraño cuando este ya se había marchado y su compañero también.
El resto del día fue normal. Gente queriendo retratar a sus seres queridos, plantas o animales.Desde mi ventana puedo ver a familias pasear. Algunos tomados de la mano, a mi izquierda una pareja con un cochecito y dos niños más colgando luego pasan dos ancianos acompañados por un bastón. Cierro el negocio justo a tiempo, siempre después del resto que hoy no se encontraban pero en fin,me gusta ser la última luz que le queda a la cuadra y ser yo quién la haga desaparecer.
La distancia desde el trabajo a mi residencia es de dos cuadras, una calle y una avenida. Cuando cruzó esta última algo llama mi atención, un grito. Me apresure para sacar las llaves pero habían quedado enredadas con los auriculares y unos aretes que Finn me había regalado para nuestro aniversario. Mientras tanto, me fui aproximando al origen del ruido. Provenía por detrás del basurero de mi cuadra, ya en frente de este observo una sombra pequeña, de un niño. Intento ver su rostro, pero me distraigo con los pedazos de vidrio filosos que se esparcen por donde piso y junto aquellos, sangre. El extraño intenta gritar nuevamente ante mi aproximación, pero lo callo. Él frunce el ceño y se deja ver, ahora era un enano y no parecía estar lastimado sino enojado ¿de que? No había señales de otra persona. Luego, un perro negro que para mi sorpresa ya lo conocía llega por detrás y comienza a ladrar al desconocido. Comienzo a recordar aquella reliquia mal dibujada en papel y su color particular, corro sin importar mi reciente preocupación ni aquella escena y los recuerdos de lo que sería mi próxima obra.
Para la mañana siguiente me visto despacio y me observo en el espejo roto de la habitación principal, ahí estaba mi realidad, pero no mi verdad. Bajo a la cocina para preparar el almuerzo y dejarlo cuanto entonces supe que llegaría tarde al estudio, pero yo no abría los sábados. Aún así, todo es mi responsabilidad, dentro y fuera de casa. Estaba por no pasar al estudio, pero miré el cielo, se aproximaba otra tormenta. Entonces, comencé a caminar por ese lado cuando lo ví. Aquel extraño pero no del todo desconocido me estaba esperando, pero el canino no se encontraba junto a él esta vez.
Lo hice pasar, él observó el paraguas olvidado con cautela y se aseguró de no pisar la alfombra. Gran gesto. Le pregunté el motivo de su pronta visita y este respondió que necesitaba el encargo para hoy lo cual era imposible. No supe cómo decírselo sutilmente, aquel reflejo de hoy por la mañana me había alterado. No estaba para andar a las corridas solo porque un fanático requería un absurdo símbolo urgente, no era mi culpa la falta de tiempo. Sin embargo, mi respuesta hacia aquel reclamo fue fijar su mirada en la de él por primera vez, por un largo rato. La incomodidad trajo recuerdos, al menos para mi. En unos instantes, su vista comenzó a nublarse y lágrimas correr por sus mejillas deformadas por una cicatriz. Comencé a notar como le sangraba la mano al hombre pero este no hacía nada para detenerla, el jeroglífico dibujado parecía sobresalir cada vez más. Intenté ayudarlo, pero tocarlo no era una opción. Aunque había aceptado pintarlo sobre lienzo no me había percatado hasta ese momento de la forma del mismo y más aún de su significado: מִשׁפָּחָה, significa familia. La risa de un niño invadió el estudio y yo no paró de golpearme en la cabeza. “Tenía que salvarlo” “tenía que salvarlos” “ no debí intervenir” “yo podía con él” todos esos pensamientos otra vez.
Escuché un ladrido y luego unas sirenas de policía. Podré decirles que esto es un robo. Sin embargo, las palabras se apoderaron de mí, vinieron por mi, si si es eso. Hay vida en la sangre, un pacto es para siempre. El sacrificio valió la pena, lo vale. Yo no tengo la culpa. La última frase la digo gritando y viendo el típico punto fijo. Unos oficiales se me acercan de lado a lado para sujetarme pero me resisto y grito con todas mis fuerzas - Tienen que salvarlo, puede estar herido. Ama a su perro, su papá no es malo, él también está mal. Mi hijo es muy maduro, pero es solo un niño por favor.
El primer oficial que entró se dirigió a mí y yo solo sentí náuseas, se acercó lo suficiente como para que pueda oírlo.
- Señora Russo, su familia está muerta.
- Sí, yo los maté.
Comentarios
Publicar un comentario